Entrevista a Alberto Llana; «la lucha que no pudieron silenciar».

Hablar de Alberto García Llana es hablar de una etapa clave en la transformación interna de la Guardia Civil. Mucho antes de que las asociaciones profesionales fueran legales y reconocidas dentro del Instituto Armado, cuando defender derechos laborales era considerado una afrenta al orden y la jerarquía, García Llana ya estaba ahí: moviéndose en la sombra, creando redes de apoyo entre compañeros, difundiendo ideas que hoy parecen normales pero que entonces rozaban la subversión. Fue parte de esa generación de agentes que se jugaron su carrera —y su futuro— por sembrar la semilla de un sindicalismo profesional y honesto en una institución con fuertes resistencias al cambio. Durante años, su militancia fue clandestina. No había libertad de expresión, ni canales de participación, ni siquiera garantías mínimas para quienes se atrevían a hablar de conciliación, condiciones laborales o turnos dignos. En ese contexto, Alberto participó en la creación y consolidación de los primeros núcleos de resistencia dentro del cuerpo. Lo hacía con prudencia, sí, pero también con una convicción férrea: que ser guardia civil no podía significar renunciar a los derechos más elementales. La clandestinidad no era solo una cuestión operativa, sino emocional: la desconfianza, el miedo a las represalias, la soledad de quienes no se plegaban al silencio impuesto. Pero García Llana nunca retrocedió. Al contrario, contribuyó a crear una cultura de dignidad y conciencia profesional que, con el paso del tiempo, terminaría por conquistar espacios de participación como el Consejo de la Guardia Civil o la propia legalización de las asociaciones. Hoy, ya retirado del servicio activo pero no de la lucha, sigue al frente de la AUGC en Asturias. En esta entrevista repasamos aquellos años oscuros, el precio de la desobediencia digna y el largo camino que aún queda por recorrer para que la Guardia Civil del siglo XXI esté realmente a la altura del compromiso de quienes la integran. ¿Cómo recuerdas los primeros años de activismo clandestino dentro de la Guardia Civil? ¿Qué te llevó a dar ese paso sabiendo los riesgos que implicaba? Los recuerdo principalmente con nostalgia, lógicamente. Dar ese paso no resultó decisión difícil, al menos para mí. Si tu vocación real es ayudar al prójimo y contribuir a que se haga justicia, poco hay que meditar sobre el asunto. En cuanto a los riesgos que implicaba, yo siempre he ceñido mis actividades a lo legalmente estipulado. Cuando comencé en el SUGC, el pertenecer a un sindicato no era algo ilegal, tan sólo una cuestión que merecía un reproche administrativo leve o grave. Por ello, el Gobierno socialista de aquella época aprovechó para hacer algo que había retrasado durante años: aprobar un régimen disciplinario propio de la Guardia Civil (Ley Orgánica 11/1991), en el cual se contemplaba como falta disciplinaria muy grave promover o pertenecer a sindicatos. Incluso con esa norma, tampoco pertenecer al SUGC era delito, aunque cuando entrara en vigor José Luis Bargados y yo ya habíamos dejado atrás la etapa sindical y estábamos centrados en que se registrara una asociación de guardiaciviles.- ¿Qué significaba en aquella época «ser clandestino» dentro del cuerpo? ¿Cómo se organizaban, cómo se comunicaban entre compañeros sin ser detectados? Pues para unos eras un tipo valiente y para otros un traidor. En cuanto al resto -la mayoría-, simplemente deseaban ignorar el conflicto y esperar acontecimientos. Referente a las comunicaciones, se hacían de diversas formas. En Asturias teníamos un código propio y, por supuesto, unos motes, que tampoco sirvieron de mucho, a la vista de lo poco que se conoce de la famosa ‘Operación Columna’. No obstante cabe decir que varios de los compañeros que formaban parte del SUGC en el Principado nunca fueron localizados a ciencia cierta. De hecho hay una historia sorprendente: la relativa a un compañero que expedientaron por acudir a una reunión del SUGC en Madrid cuando no se había movido de su casa. Hizo falta la testifical de varios vecinos y amigos para que archivaran el procedimiento.- ¿Llegaste a sentir miedo real de ser expulsado o represaliado por lo que hacías? ¿Hubo momentos en los que pensaste en dejarlo? Sí, por supuesto. Hay que tener en cuenta que a José Luis Bargados le metieron en la Prisión Militar de Alcalá acusado de tres presuntos delitos de sedición a comienzos de 1991. Allí estuvo tres meses de forma preventiva hasta que el juez militar decidió que no tenía prueba alguna para sostener la acusación y decidió retirarla. Como ya dije, nosotros no cometimos ilegalidad alguna. El caso es que cuando detienen a José Luis Bargados se me ordena comparecer ante el Juez Togado que me somete a un severo interrogatorio intentando que aporte pruebas contra Bargados. No ocurrió así y finalmente, cabreado, me dice que no ordena mi ingreso en prisión militar porque no quiere que Bargados y yo estemos juntos, pero que cuando él saliera, ordenaría mi ingreso. Pero claro, en aquellos momentos no tenía ni idea que tendría que retirara las acusaciones contra Bargados, por lo que tras su salida de prisión, me volvió a llamar (yo acudí con una maleta preparada por si me tocaba entrar), aunque lo que ocurrió fue que me dijo que no tenía sentido retirar los cargos contra Bargados y mantenerlos contra mí, por lo que nunca llegué a pisar una cárcel militar como por desgracia les ocurrió a otros sindicalistas beneméritos. Aun así nunca pensé dejarlo ya que estaba convencido de estar en el lado correcto de la historia.- ¿Qué tipo de represalias sufriste tú o tus compañeros por intentar mejorar las condiciones laborales desde dentro? ¿Hasta dónde llegaba el control o la vigilancia? Al margen de lo que antes relaté sobre la prisión militar, varios expedientes disciplinarios, un claro ninguneo de los buenos servicios que realicé en mi destino, el tan conocido acoso laborar que encuentra un magnífico caldo de cultivo en una institución militarizada y el intento de ingresarme en una institución psiquiátrica cuando estaba de baja por un accidente en acto de servicio que me produjo secuelas traumatológicas pero no psicológicas. El caso es que cuando llegué al hospital militar, desconociendo lo que me esperaba, me dijeron que debía ingresar en el ala de psiquiatría, a lo que yo me negué. Se formó un pequeño jaleo y aduje mi condición de suboficial de las Fuerzas Armadas para exigir una habitación para mí hasta que al día siguiente decidieran los mandos superiores que no estaban en aquel momento. Así ocurrió y la mañana posterior, tras aclarar que mi baja era física y originada en acto de servicio, el Comandante psiquiatra me dijo que estaba harto del tema de los sindicalistas de la Guardia Civil y que él no iba a colaborar en hacer algo irregular, que me volviera por dónde había venido.- El control y la vigilancia, en el caso de José Luis Bargados y mío, llegó a límites insospechados. No solamente nos seguían y nos fotografiaban allá donde íbamos. Habían pinchado nuestros teléfonos fijos (no había móviles entonces), y además los teléfonos de familiares cercanos, de periodistas con los que teníamos una buena relación, de ciertos políticos y sindicalistas e incluso de las cabinas telefónicas situadas en los alrededores de nuestros domicilios, aunque eso ya nos lo habíamos imaginado y realizábamos las llamadas necesarias en cabinas situadas lejos de nuestras casas.- ¿Qué papel tuvo la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) en ese proceso de despertar colectivo? ¿Cómo fue el tránsito desde la clandestinidad a una estructura reconocida legalmente? El papel de la AUGC es determinante. Hay una Guardia Civil anterior a AUGC y otra después de su aparición. Es uno de los hechos históricos que han marcado el devenir del Cuerpo policial más antiguo de España. Es casi tan relevante como el segundo decreto fundacional que modificó el primigenio redactado por Patricio de la Escosura (la respuesta de por qué un cuerpo militarizado se apellida ‘civil’), o el hecho de incluir a la Benemérita como un cuerpo más del Ejército de Tierra -cuando fue diseñada claramente como una institución policial-, o los diferentes intentos de los poderes políticos de disolver el Instituto a lo largo de su historia, o cuando por fin se sitúa a la Guardia Civil fuera de las Fuerzas Armadas, tras la entrada en vigor de la Ley Orgánica 2/1986.- Que los guardias civiles tuvieran la oportunidad de pertenecer o poder recurrir a una asociación centrada en mejorar sus condiciones sociolaborales fue una revolución interna. Hasta entonces las únicas asociaciones a las que podían o debían pertenecer en ciertos casos, tan sólo se preocupaban de sacarles los cuartos a mayor gloria de la superioridad o sus cónyuges. Incluso con una asociación que en teoría se dedica a proporcionar una ayuda económica tras el fallecimiento de alguno de sus socios, la intrahistoria del dinero que se recauda y los intereses que genera, los cuales van a parar a una cuenta bancaria aparte, resulta muy esclarecedor acerca de lo que realmente ocurría con las asociaciones ‘oficialistas’. De hecho, tras abrir AUGC el camino asociativo reivindicativo se las han ingeniado para inscribir asociaciones parecidas que tiene la misma finalidad que las oficialistas: rascar la faltriquera del asociado.- El tránsito desde la clandestinidad fue complicado dado que cuando una parte del SUGC encabezada por José Luis Bargados y yo mismo anunciamos nuestra intención de luchar por una asociación profesional y dejar momentáneamente el sindicato de lado, hubo muchos que no lo entendieron. Para nosotros era algo lógico e incontestable. Tras el verano de 1990 desde Ferraz se nos hizo llegar un mensaje claro: estaban hartos de encarcelar a sindicalistas beneméritos que se convertían en héroes populares (el famoso ‘Cabo Rosa’, el Sargento Morata, el Guardia Alejandro Borja…), por lo que se decantaban por aprobar un régimen disciplinario propio de la Guardia Civil, considerar el problema como falta muy grave y separación del servicio (expulsión) como decisión final. A finales de año hubo una nueva reunión del SUGC en la que Bargados anunció nuestra decisión de intentar conseguir una asociación sociolaboral como paso previo a una asociación profesional y finalmente un sindicato como el que ya tenían los compañeros de la Policía Nacional. El 05 de abril de 1991, Bargados y yo comenzamos a constituir e intentar inscribir diversos tipos de asociaciones de miembros de la Benemérita. Hasta 32 asociaciones nada menos. Ninguna de ellas logró ser inscrita porque la Administración de principio denegaba esa posibilidad y finalmente daba la callada por respuesta. Ante esa realidad no nos quedó más remedio que acudir a la Audiencia Nacional, que mediante sentencia de 26 de julio de 1994 ordenó la inscripción de la «Asociación 6 de Julio de Guardias Civiles». Tras ese pronunciamiento judicial se abrió la puerta al movimiento asociativo y pocos días después se otorga número de registro a la famosa ‘COPROPER’. Dado que ambas organizaciones veníamos del SUGC el siguiente paso fue unificarlas y crear ‘COPROPER-6J’ a finales de 1994. En octubre de 1998 cambiamos nuestra denominación por la actual AUGC. Tanto la unificación de ‘6J’ y ‘COPROPER’, como posteriores modificaciones estatutarias e incluso el cambio de nombre fueron rechazados por la Administración, lo que nos abocó a nuevas demandas judiciales y otras tantas sentencias estimatorias, destacando una que consideró los fines de la AUGC como «altamente saludables».- ¿Cuál era el ambiente dentro de los cuarteles en esa época? ¿Había apoyo silencioso, miedo, rechazo…? Había bastante apoyo silencioso, casi tanto como miedo. Cabe recordar que cuando ‘COPROPER-6J’ comenzó su andadura se hacían listados de compañeros que supuestamente pertenecían a la misma al objeto de considerarlos enemigos de sistema establecido, con las consecuencias negativas que eso conllevaba. Estaba claro que eso sucedería y que era cuestión de tiempo que se acostumbraran a la presencia de organizaciones distintas al ‘sindicato vertical’ existente. El rechazo en realidad era minoritario y provenía de aquellos que tenían miedo de perder ciertos privilegios que constituían tradición arraigada en el Cuerpo. Sin embargo, esa minoría es (y sigue siendo) la más poderosa a nivel tanto interno como político, por lo que cualquier tipo de avance debe lograrse a base de mucho esfuerzo, constancia y con un coste personal muy elevado. Además lo normal es que esos progresos vengan de la mano de sentencias judiciales y no porque la Administración te los conceda porque en realidad son justos y necesarios.- ¿Recuerdas algún momento especialmente simbólico o decisivo en esa lucha? Algún episodio que marcara un antes y un después. Hay varios. Los ya comentados de las sentencias de la Audiencia Nacional que ordena la inscripción de la Asociación 6 de Julio y que considera los fines de AUGC como «altamente saludables». También la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) de 02 de noviembre de 2006 que consideró los arrestos disciplinarios como verdaderas privaciones de libertad, con lo que desaparecieron de nuestro régimen disciplinario tras la entrada en vigor de la Ley Orgánica 12/2007. También la unión de la mayoría de guardiaciviles solicitando un régimen horario de 37 horas y media como tenía la Policía Nacional. Se cursaron más de 40.000 instancias solicitando ese derecho. Un modelo de petición que confeccionamos José Luis Bargados y yo y cuya consecuencia fue la aprobación de la Orden General 37/1997 que instauraba la jornada laboral de 37 horas y media desde el 01 de enero de 1998, casi un década después de que se la reconocieran a la Policía Nacional y, todo hay que decirlo, gracias al empeño del Director General de la época, D. Santiago López Valdivielso (DEP). Un Director General que también nos abrió las puertas de la Dirección General a finales de 2001, con reuniones periódicas en las que se lograron ciertos avances, como la regulación de un Consejo Asesor de Personal, paso previo al actual Consejo de la Guardia Civil.- Y, cómo no, las manifestaciones de nuestros familiares, cónyuges y simpatizantes como paso previo a la primera concentración de guardiaciviles en la Plaza Mayor de Madrid el 22 de abril de 2006, seguida de la famosa concentración de uniforme el 20 de enero de 2007, con una repercusión a nivel mundial. A todos esos familiares, simpatizantes y cónyuges les debemos una gratitud que nunca podrá ser satisfecha como merece. Muchas gracias por vuestro apoyo y valentía.- En 2011 protagonizaste una rueda de prensa histórica con uniforme y pasamontañas. ¿Qué pretendíais transmitir con aquella imagen tan poderosa? ¿Qué consecuencias tuvo? Pues sí, la imagen es poderosa y es lo que se pretendía, emular los tiempos del SUGC en los que tenías que ofrecer ruedas de prensa en las que debías proteger tu anonimato. Y ello porque en aquellos momentos la persecución a los representantes de la AUGC era insostenible y queríamos transmitir que o bien se normalizaban las relaciones entre AUGC y la Administración o no tendríamos reparos en volver a nuestros inicios. No obstante esa rueda de prensa no se hizo enteramente con capuchas. Congregamos a los periodistas a la puerta del salón donde se celebró y los dejamos entrar para que vieran y fotografiaran la estampa de guardias civiles uniformados y con capuchas. Tras un par de minutos en los que obtuvieron las imágenes deseadas, nos quitamos las capuchas y nos identificamos, repartiendo incluso entre los asistentes tarjetas con nuestro nombre y cargo asociativo y explicando los motivos de la convocatoria. Lo que ocurre es que la imagen más trascendente y la que se divulgó a los cuatro vientos fue la de las capuchas, evidentemente.- La consecuencia es que fui denunciado y juzgado por usar el uniforme de forma indebida, presuntamente. Fui absuelto porque la normativa sobre uso de uniformes no impedía hacer lo que hicimos. A raíz de ello se aprobó una nueva norma administrativa que sí lo impide.- ¿Crees que la jerarquía del cuerpo ha cambiado realmente en su forma de ver el asociacionismo, o sigue habiendo una resistencia de fondo? Por supuesto, el paso del tiempo contribuye a normalizar las cosas y la jerarquía del Cuerpo también ha visto la utilidad de las asociaciones profesionales como forma para mejorar sus condiciones sociolaborales. Sigue habiendo mucho mando ‘cortijero’ que, paradójicamente, ejercen como tal de cara a sus subordinados pero que en referencia a sus intereses son más sindicalistas que yo mismo, lo que ocurre es que niegan la mayor, lo que no deja de ser esperpéntico.- ¿Sientes que se ha hecho justicia con quienes os jugasteis tanto por abrir caminos? ¿Se reconoce internamente el valor de esa lucha? Pues no tengo ni idea. Personalmente nunca me ha preocupado demasiado el reconocimiento ajeno sino luchar por mis ideales. Sí que pienso que con ciertas personas que fueron -y siguen siendo en algunos casos-, muy importantes en la lucha asociativa, no se les ha hecho verdadera justicia. Creo que tras el reingreso de Morata, Manuel Rosa Recuerda y Manuel Line Falero (DEP), expulsados del Cuerpo por su lucha por democratizar la Benemérita debería hacerse un gran acto de homenaje en desagravio y como forma de reconocer sus méritos. Y, de paso, recordar a otras personas que también atesoran muchos merecimientos en ese sentido, como José Luis Bargados, Florencio Garrido, Alejandro Borja y aquellos que dirigieron AUGC a lo largo de más de tres décadas, para empezar.-

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